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Lunes 11/11/2024
 

Huelva

Maldito vicio, bendita voluntad

La historia de Joaquín Conde, un gaditano que recurrió a Arrabales para salir del infierno de las drogas y recuperar las riendas de su vida

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  • Joaquín Conde -

Fueron unas palabras de su suegro las que le hicieron activar definitivamente el chip en su cabeza para pedir ayuda: “Ten claro que hay cosas en la vida que te quitan tiempo para todo lo demás”. Hasta entonces, Joaquín Conde llevaba 22 años (desde que tenía 14) perdido en el mundo de las drogas, atado por una adicción a todo lo que se le ponía por delante y secuestrado por un vicio que lo llevó a dejar de lado todo lo que de verdad daba sentido a su vida. Joaquín tocó fondo y en Cádiz conoció la existencia en Huelva de Arrabales. Lo hizo gracias a Manuel Márquez, también gaditano y coordinador de actividades de esta asociación, y se embarcó en una aventura de superación que está a punto de llegar a su punto y seguido: “Manuel fue la primera persona a la que pedí ayuda”.
Cuenta Joaquín Conde a Viva Huelva que el 5 de mayo de 2013, acompañado de su compañera, viajaba de Cádiz a Huelva con la moral por los suelos, la autoestima que ni existía y muy asustado. Comenzaba la lucha: “Federico Pérez (director terapéutico de Arrabales) me animó en la primera entrevista, me ayudó a entender aún más lo que me sucedía y me di cuenta de que en ese sitio me iba a sentir protegido”.
Pero esa protección no iba a ser gratis. Desde el minuto uno, Joaquín iba a tener que luchar, y duro, para alejar el vicio de su cabeza y que la voluntad allanara el camino para recuperar la senda de su vida.

Estar ocupado y evitar la apatía
Comienza el gran reto. Joaquín Conde se despide de su familia y comienza el internamiento en Arrabales. Cuatro fases, que se dice rápido, lo separaban de su objetivo. En la primera, los especialistas del centro  le enseñan a aceptar y asumir la difícil situación que lo ha llevado hasta allí; en la segunda, se comienza a trabajar la responsabilidad, el hacerse cargo de tareas específicas y empezar a comprender que una de las herramientas fundamentales para desengancharse es, ni más ni menos, ocupar el tiempo: “He aprendido que es muy importante estar ocupado siempre porque la apatía te puede llevar a recaer, a volver al consumo”.
    Una vez que se demuestra la capacidad para asumir obligaciones y tareas, llega otro paso duro del importante desafío de la rehabilitación: la calle. En esta tercera fase, Joaquín comenzó a salir del centro, a ir a bares, tiendas... hacer una vida lo más normal posible con el angelito en un hombro y el demonio en el otro, pero lo suficientemente bien preparado como para que el angelito gane la batalla. Y en la cuarta y última fase, la que está a punto de concluir Joaquín Conde, toma el protagonismo uno de los conceptos fundamentales para el éxito del proceso: reinserción. “En esta fase nos vamos despegando poco a poco del centro, y empezamos a solventar problemas diarios”.
    Han pasado dos años desde aquel 5 de mayo de 2013 lleno de nubarrones y tormenta en la cabeza viciada de Joaquín. El proceso que aquí hemos descrito en apenas unas líneas es una batalla mental que no todos superan, pero este gaditano ha sabido echar el cerrojo a la decisión fácil de drogarse por todo y con todo, y abrir de par en par las puertas a las herramientas para reconstruir su vida. Tanto es así que ha pasado con sobresaliente el duro examen de afrontar los golpes de la vida sin recurrir al consumo. La experiencia así lo demuestra, ya que, como él recuerda, durante estos dos años de desintoxicación ha tenido que afrontar la muerte de su padre y ha superado un cáncer de piel que le provocó perder el dedo pulgar de su mano izquierda.
    El próximo 18 de mayo, Joaquín Conde recibirá el alta terapéutica. Él se siente preparado para ganar la batalla de la calle, de las relaciones, de la vida normal: “Me siento muy seguro; ahora soy capaz de relacionarme y de afrontar con entereza los problemas que van surgiendo en la vida”.
     Es un ejemplo de superación, de saber pedir ayuda y de renacer. Ahora, a sus 38 años, Joaquín Conde podrá reír, llorar, amar y sufrir como el común de los mortales. Pero con el control de su vida: “He querido hacer pública mi historia porque creo que puede animar a muchas personas que creen tenerlo todo perdido. Y no es así. Hay esperanza. Que mi historia sirva de ejemplo”.

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