Que la comida entra por los ojos es una frase que solemos escuchar y utilizar a menudo; pero, ¿qué sucede con los demás sentidos? Pues esta semana aprendí que cualquier producto gastronómico puede ser saboreado incluso desde la imaginación.
Nadie ha conocido bien un lugar si se ha ido sin vivir su cotidianeidad, sin descubrir su identidad, sin sentir lo que enorgullece a su gente, y sin probar lo que llena sus mesas. Conseguir entender la relación entre el territorio, la historia, la cultura y la gastronomía, completa el círculo de una experiencia llena de nuevas sensaciones, emociones, sabores, olores y conocimientos.
El Curso de Verano “Territorio, patrimonio y turismo. Alimentación y gastronomía de ida y vuelta: Huelva y América”, que se está llevando a cabo en el Campus de La Rábida y que dirigen los profesores Jesús Monteagudo y Gregorio Canales de la Universidad de Huelva y Alicante, respectivamente, resulta una excelente excusa para regodearse con las exquisiteces locales, pero también para aprender y comprender que el “encuentro entre los dos mundos”, que marcó el rumbo de la historia, tanto de España como la de América, dejó huellas a ambos lados que hasta hoy persisten.
Como bien remarcó el profesor Antonio Tejera en su ponencia, “la gastronomía española es la mezcla de la tradición romana avanzada, la cultura árabe y hebrea, y la aportación americana”. Son los resabios de ese mestizaje alimenticio los que conforman hoy el patrimonio culinario, gracias al que le valió a Huelva este año, el nombramiento como Capital Gastronómica de España.
La comida significa unión con el pasado, explica el legado de otras civilizaciones, y forma parte de la identidad que refleja la vida de las personas. Según la brasilera Elizabeth Brinckmann, las costumbres cotidianas y sociales se entienden a través de la alimentación, y de la forma de apreciar y preparar los alimentos.
La cocina es algo más que la respuesta humana a la necesidad de alimentarse; es una poderosa herramienta de transformación que puede cambiar la alimentación del mundo, gracias al trabajo de los cocineros, productores, comerciantes y comensales. Es tradición e innovación al mismo tiempo.
Degustar un plato típico no es suficiente para que el visitante conozca la cultura local; está en la operatividad y voluntad de la administración pública y privada, involucrar a los diferentes actores sociales de la comunidad, a fin de valorar y mostrar el esfuerzo, historia y tradición que hay por detrás de un producto turístico como lo es la gastronomía.
Jesús Monteagudo, director del curso, planificó cada particularidad para que esta fuese una experiencia, más que académica, vivencial. Las clases teóricas, a cargo de una selección deliciosa de profesionales especializados, son intercaladas con salidas de campo, donde los alumnos, y los profesores también, pueden empaparse de los procesos de producción, a la vez que recorren el territorio serrano y costero.
Haber aprendido a diferenciar, a través del oído, la vista, el tacto, el olfato y el paladar, entre un jamón ibérico de cebo y el de bellota; haber catado el distintivo vino naranja, y algún tinto y un blanco; haber escuchado descripciones detallistas de frutas, especias, y granos, a tal punto de poder adivinar, visualizar y saborear desde la misma imaginación, haber sentido las texturas y colores del mercado. Esas son memorias imborrables que dejan un viaje por las entrañas de Huelva.