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La Isla de las Palomas

Aún recuerdo mis incursiones con mi buen amigo Diego Saucedo, a las que nos solían acompañar nuestras respectivas mujeres Mari Carmen y Petra, a la isla de Tarifa, en donde suele azotar con descaro tanto el levante como el poniente.

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  • Vista del puerto de Tarifa y al fondo a la derecha el inigualable pesquero de la Isla de las Palomas. -
La pesca deportiva ha sido una de mis principales aficiones en mi juventud y a su práctica dediqué muchas jornadas de sábados y domingos y por supuesto de mis vacaciones. Tal y como he relatado en reportajes anteriores las actuales prohibiciones por parte de las autoridades han hecho que haya ido perdiendo el interés ya que constituye toda una odisea el encontrar un lugar adecuado en donde poder lanzar la carnada.

Aún recuerdo mis incursiones con mi buen amigo Diego Saucedo, a las que nos solían acompañar nuestras respectivas mujeres Mari Carmen y Petra, a la isla de Tarifa, en donde suele azotar con descaro tanto el levante como el poniente, pero estas circunstancias tan adversas no nos impedían el situarnos en el pesquero más propicio en función del viento dominante. Yo particularmente sentía especial preferencia por uno que conocíamos como el sifón y que se encontraba al socaire de los fuertes vientos de levante.

Cada uno llevábamos dos cañas de grueso calibre dotadas de unos excelentes carretes ya que a veces las piezas sobrepasaban los quince kilogramos y esto no es exageración de pescador, ya que hay bastantes testigos que pueden corroborar lo dicho. Más que en la suerte o en la técnica para realizar aquellas espectaculares capturas nuestro éxito radicaba en la carnada que nos proporcionaba el hermano de Diego, que por entonces trabajaba en el club náutico y que conocía a muchos trasmalleros que eran nuestros particulares proveedores de cangrejos ermitaños.

No crean que era fácil dominar aquellos animalejos que provistos de fuertes bocas hacían lo indecible por evitar que los insertáramos en un único y gran anzuelo, al que debíamos practicar una lazada para evitar que se desintegrase en el lance, que tampoco era muy largo habida cuenta de la excelente situación del pesquero.

Procedíamos con un martillo a romper la fuerte concha donde se ocultaba el cangrejo y una vez liberado había que proceder con sumo cuidado para evitar sus fuertes tenazas. Más de un bocado nos llevamos tanto Diego como yo, pero era el precio que había que pagar por contar con un cebo que hacía la envidia de otros pescadores que se encontraban en las inmediaciones y que sabían con absoluta certeza que si había una urta en la zona esa iba a caer en una de nuestras cañas.

Era una sensación especial la que sentíamos cuando percibíamos que alguna de nuestras cañas comenzaba a vibrar, señal evidente de que la presa había picado. Había que actuar con mucha rapidez y en lugar de dar tranza, lo que hacíamos era bloquear de inmediato el carrete y comenzar de forma alternativa a tirar de la presa y recoger hilo para acercarla al rompiente. Era el momento más difícil ya que uno de nosotros teníamos que descender agarrados a una fuerte maroma hasta el nivel del agua y provistos de un cocle, que era una barra de hierro que tenía soldado un gran anzuelo, tratar de prender el pescado ya que en la mayoría de las ocasiones resultaba imposible el subirlo con el sedal hasta el lugar donde se asentaba la caña. Habitualmente pescábamos urtas, ya que esta especie siente una predilección especial por los cangrejos, aunque de vez en cuando también entraban los pargos y los abadejos.

Además en la zona de levante de la isla, en los bajos del faro, nuestras presas las solíamos mantener vivas en unas grandes charcas que se formaban en la bajamar por lo que al regreso a Algeciras el pescado no podía estar más fresco.Nuestra jornada comenzaba alrededor de las once de la mañana ya que llegábamos a la isla de las Palomas sobre las diez en un Renault 4x4 de Diego que por cierto le dio un excelente y duradero servicio.

Sobre las dos de la tarde hacíamos un pequeño alto para comer, aunque las cañas siempre se mantenían activas y en más de una ocasión había que dejar el bocado para frenéticos comenzar la operación de captura.
Ignoro si en la actualidad aún se pesca en la isla de las Palomas y me gustaría volver algún día sólo para rememorar aquellas jornadas, no para pescar, ya que en su momento regalé mis cañas y carretes que por cierto me relajaban mucho.

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