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Sábado 09/11/2024
 

Jerez

La vida de un asesino a sueldo desde el monólogo interior

David Fincher vuelve a deleitarnos con una película sobresaliente en la que une su pericia como narrador al certero trabajo de Michael Fassbender

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Cuando David Fincher debutó al frente de Alien 3, lo único que se sabía de él es que procedía del mundo del vídeo clip. No era la mejor carta de presentación y, sin embargo, nadie podrá achacarle, treinta años después, que estamos ante uno de los directores de trayectoria más brillante del nuevo Hollywood, así como ante un creador sensacional que ha hecho de su capacidad narrativa, de su forma de abordar cada historia, su mejor libro de estilo, que no responde a una estética, sino a su capacidad para saber qué es lo que quiere contar en cada caso y cómo hacerlo.

Encumbrado con su segunda película, la imitadísima Seven, a Fincher no solo le debemos cintas absorbentes -Zodiac, El club de la lucha, La red social, The game- y magistrales como Mank o El caso de Benjamin Button, sino también puro entretenimiento -Perdida- y está además detrás de algunas de las series más adictivas y originales de los últimos años, de House of cards a Mindhunters, sin olvidar su tributo al cine a través de VOIR.

Ahora repite bajo la producción de Netflix con El asesino, una sobresaliente película, basada en la novela gráfica de Alexis Nolent, en la que une su pericia como narrador al talento de un actor exquisito, Michael Fassbender, en la piel de un metódico asesino a sueldo obligado a emprender una huida, que es a la vez búsqueda, después de haber fallado en su último encargo.

La película, sin apenas diálogos, es un continuo monologo interior que, en cualquier caso, dialoga con las imágenes, con la composición y puesta en escena prevista por Fincher, atento siempre al encuadre, a los detalles, a los gestos de su obsesivo -por necesidad- protagonista e incluso a los puntos de vista narrativos, como subraya en algunas de las ocasiones en que escucha música -siempre The Smiths- para afrontar cada trabajo.

 Dividida en varios episodios, cada uno de ellos ambientado en diferentes ciudades, la historia discurre como una especie de thriller psicológico en el que importa tanto lo que pasa en las imágenes -la secuencia de la pelea y de la cena con Tilda Swinton son admirables- como en la mente del protagonista, que no solo sirve para retratar el entramado moral y profesional del asesino, sino que invita a buscar la equiparación, ya que todo conduce a encontrarle un sentido a la vida que vivimos, mientras ignoramos nuestra propia insignificancia.

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