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Desde el campanario

El mundo en jerga bíblica (A Manolo Rondán Martín)

Y partió hacia las montañas y regresó con un libro que dijo le había entregado un hombre de barba blanca y que todos deberían obedecer su contenido

Publicado: 20/10/2024 ·
16:21
· Actualizado: 20/10/2024 · 16:21
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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En el principio no había capitalistas, ni terratenientes, ni multimillonarios. No había ricos ni pobres, ni clases sociales. No había fronteras, ni patrias ni banderas. Los pueblos se agrupaban libremente. Había solo un territorio para todos y todo estaba bien y todo era bueno. La tierra, las montañas, los ríos y el mar eran de todos y el hombre vivía en paz y era feliz. Y los jóvenes aprendían de los mayores y mejoraban las cosas con su propia pericia.

Unos hombres cultivaban la tierra. Otros criaban ganado. Otros tejían tela. Otros elaboraban calzado. Otros fabricaban muebles. Otros edificaban casas y los demás aportaban sus conocimientos y su sabiduría. Entre todos intercambiaban sus productos y sus cualidades y nadie se beneficiaba más que nadie. Y no había disputas, ni maldad, ni ambición. Y nadie subyugaba a nadie. La codicia no existía y todo iba bien. El respeto prevalecía entre todos y todo era bueno. Y cuando algo escaseaba se ayudaban entre todos. Y cuando algo amenazaba se defendían entre todos. Y se repartían aquello de lo que necesitaban y todos eran dichosos. Y todos tenían suficiente. Y nadie padecía escasez y nadie acopiaba opulencia. Y todo era de todos cuando el mundo aún llevaba pañales. Todos los bienes eran repartidos por igual porque nadie dominaba a nadie.

Las disputas, el engaño y el odio se desconocían. Los hombres se hermanaban y hablaban, y reían, y cantaban, y bailaban. Y había culturas y lenguas y razas desiguales. Y había paz y amor entre ellos. Y había hombres blancos, hombres cetrinos, hombres negros, hombres australes, hombres boreales, hombres orientales y hombres occidentales, todos unidos. Y se transmitían su saber y sus dialectos y sus ciencias y todos se entendían. Y todos los hombres eran humildes, ingenuos y confiados. Y las hijas de los unos se unían a los hijos de los otros y nacían nuevas etnias y a nadie se discriminaba y todos se querían. Y el rencor y la envidia y el insulto y la violencia no existían. Y los pueblos eran amigos y todos prosperaban. Y así fue siempre desde el principio porque el hombre era bueno. Pero un día, uno de aquellos hombres reunió a su clan y les mostró un papel que dijo haber encontrado donde ponía que la tierra que cultivaban era suya. Y les pidió a los demás la mitad de la cosecha para él, porque lo consideraba justo. Y los otros se negaron. Y entonces el hombre del papel montó en cólera y les dijo que además de la mitad de la cosecha, tendrían que pagarle tres diezmos de la parte obtenida por cada uno de ellos. Y los demás no querían hacerlo, pero el hombre del papel embaucó a unos cuantos de su partida con la promesa de reparto. Y entre todos levantaron un cerco alrededor de la tierra requerida y los otros hombres no pudieron sembrar y pasaron hambre. Y entonces claudicaron.

Pero el hombre de los papeles pensó que no era conveniente estar solo. Y habló con otros hombres del resto de las tribus y se unieron. Y cada uno de esos hombres hizo con su pueblo lo mismo que el otro hombre ambicioso había hecho con el suyo. Y unidos todos intercambiaban sus riquezas y crearon el lujo. Y lucían los mejores vestidos y el mejor calzado y se cubrían de oro. Y concibieron la servidumbre y la esclavitud. Y vieron que eran mal mirados por los demás. Y temieron perder sus fortunas porque tenían más poder, pero eran menos numerosos. Y entonces uno de los hombres acaudalados tuvo una ocurrencia y dijo a los demás que no lo siguieran. Y partió hacia las montañas y regresó con un libro que dijo le había entregado un hombre de barba blanca y que todos deberían obedecer su contenido. Y los demás lo creyeron porque eran así de incautos. Y divulgaron el libro por todas las tribus y los hombres se asustaron porque en ese libro había un dios altivo que castigaba a los hombres que desobedecían con el diluvio, el éxodo, plagas de ratas, de ranas, de piojos, de lluvia de piedras y de serpientes ardientes. Con la enfermedad y la destrucción. Y los hombres atemorizados fueron subyugados por los opulentos. Y estos vieron que era bueno dividirlos. Y se disgregaron. Y crearon fronteras y ejércitos armados. Y su ambición no tenía límites. Y apareció el abolengo y los rangos. Y dominaron el mundo. Y sus riquezas fueron pasando a sus descendientes. Y las de estos a los suyos. Y el mundo fue cambiando. Y ya no había unión, ni justicia, ni honradez. Y se levantaron barreras entre los hombres. Y los poderosos mataban a los débiles para quitarles sus bienes. Y nació la confusión y la desigualdad. Y el abuso y la explotación. Y la marginación y la avaricia. Y el fraude y el desfalco. Y el racismo y la xenofobia. Y la corrupción y la extorsión. Y la crueldad y la desolación. Y la contaminación y la calamidad. Y las guerras y el genocidio… Y en esas seguimos

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