El tiempo en: Mijas
Jueves 14/11/2024
 
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Sin Diazepam

Mancho Mucho y la ya denominada canción de la pandemia

Elaboro la lista de la compra. Voy al supermercado. He dormido mal. Rumié en sueños mil y una pesadillas. A trozos recuerdo algunas de las oníricas imágenes.

Publicado: 29/05/2020 ·
16:40
· Actualizado: 29/05/2020 · 17:28
Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad Ai
  • Óscar, cantante y letrista de Mancho Mucho, y uno de tantos a los que delataré en su momento.
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

VISITAR BLOG
  • Miré al pasillo, descolgué un crucifijo y se lo clavé en la sien
  • Se me puso la cara de Tifus y, creo, lo único que hacía era buscar cabras para fornicar con ellas. Pero eso ya no importa. Estoy despierto.
  • Querido amigo Óscar, jamás te delataré, a no ser que me den de tortas, a no ser que me frían los huevos en una sartén

Elaboro la lista de la compra. Voy al supermercado. He dormido mal. Rumié en sueños mil y una pesadillas. A trozos recuerdo algunas de las oníricas imágenes. Sudé. Recuerdo una urna. Miré mis manos. Llevaba una papeleta con un voto. Un logo verde. Estaba votando a Vox. El apoderado de ese partido me aplaudía. “El moro de Vox”, gritaba eufórico el colega. Al salir del colegio electoral distingo un rostro conocido. Parecía compungido aunque yo siempre lo recordaba sonriente. Caigo en la cuenta. Es Óscar, uno de mis pocos ‘mejor amigo’. Lo miré. Lloraba y entonaba unos acordes en una vieja guitarra. “Por favor, no me delates, no me delates…”, gemía entre verso y verso. Para quienes no lo sepan, es el vocalista y letrista de ‘Mancho Mucho’, ganador de varios Grammy y siete discos de platino (que donó para la reconstrucción de tabiques nasales entre las familias más desfavorecidas de Wall Street). Y sí, era amigo mío.

Pillo un carrito y llego a la frutería. Con los guantes de plástico trato de abrir una bolsa de plástico para meter siete plátanos de Canarias. No puedo abrirla. Es una reverberación. Froto plástico contra plástico y pienso que antes de lograr abrir la bolsa, me separo las uñas de los dedos. Desisto

Pasé a su lado pero le negué mi saludo. Cuando me alejaba la brisa de esa tarde inventada me trajo a los oídos un murmullo construido con su voz: “Cómo has podido cambiar tanto”. Anduve unos metros, me agaché y asomé mi rostro al espejo retrovisor de uno de los vehículos aparcados en la acera. Tenía un espeso bigote y tras mis pupilas yacían mis complejos. Erguido se me levantó el brazo derecho y cara al sol, con mi camisa nueva, observé cómo en la muñeca lucía una pulsera de tela con los colores de la bandera de España. A mi lado pasó una joven y babeé, y le solté un piropo de esos que salían en las pelis de los años 60. Incluso creo que la pesadilla estaba ambientada en Torremolinos. Incluso creo que la joven era sueca. Babeé de nuevo. A pesar de ello le espeté: tápese señorita que luego se preguntará por qué ha sido violada. No me reconocí en esas palabras, qué me ocurría... Me senté en el bar de la esquina y me pedí un sol y sombra. Con el regusto amargo del coñac y dulce del anís, me puse a divagar con el camarero sobre lo asquerosos que son los yonquis y los porretas, siempre drogados. Dejé fiado las cuatro rondas que me eché entre pecho y espalda. Caminé y llegué a mi casa. Abrió mi mujer. "¡Otra vez borracho, busca trabajo cabrón de mierda!, fueron sus palabras de bienvenida. Le dije que no había curro, que la culpa era del puto gobierno que trata mejor a los inmigrantes, a los moros, negros y ecuatorianos, que a los españoles. Ella gritó: pero si tú eres moro, so gilipollas... Miré al pasillo, descolgué un crucifijo y se lo clavé en la sien. Pero seguía hablando mientras su imagen se difuminada: ¡ Qué eres moro, qué eres moro!, aullaba mientras yo golpeaba el aire y le decía que casi me tiro una sueca que sí que estaba buena, no como ella, con ese delantal de mierda... Luego el sueño cambió de guión. Se me puso la cara de Tifus y, creo, lo único que hacía era buscar cabras para fornicar con ellas. Pero eso ya no importa. Estoy despierto. Voy a la compra.

Llevo guantes y mascarilla y gel desinfectante. Dejo el coche en el parking del súper. Entro en el ascensor. Pillo un carrito y llego a la frutería. Con los guantes de plástico trato de abrir una bolsa también de plástico para meter siete plátanos de Canarias. No puedo abrirla. Es una reverberación. Un eterno retorno de lo idéntico. Froto plástico contra plástico y pienso que antes de lograr abrir la bolsa, me separo las uñas de los dedos y el universo se abrirá ante mí. Desisto y salgo de ese bucle infinito. Estoy cansado. Pillo leche, salsa de tomate, azúcar y un tarro de melocotón en almíbar. Hay gente esperando el ascensor. Cuando supero la cola observo cómo baja de la primera planta. Se abre la puerta y sale una mujer. Cuando tiene medio carrito fuera gira la cabeza hacia el interior del citado ascensor y tose con fuerza. Mal día, Younes, mal día. Dejo el carro abajo y subo por las escaleras. Pienso que solo quiero escribir una canción que interprete y desgrane lo que ayer soñé. Al llegar a casa me ducho no sin antes sintonizar Los 40 Principales. El locutor da paso al número uno de la semana: otro hit de Mancho Mucho ‘Vuelta a la anormalidad’, calificada como la canción de la pandemia. Corroído por la envidia me pongo a cantar:

“Querido amigo Óscar, jamás te delataré, a no ser que me den de tortas, a no ser que me frían los huevos en una sartén. Querido amigo Óscar, jamás te delataré, a no ser que me den de ostias, a no ser que me convierta en lo que ayer soñé. Querido amigo Óscar, ya sabes cómo soy, hoy te doy caricias y mañana puedo ser un fascista. Veleta, veleta, caracol con las babitas nuevas.  Querido amigo, pues claro que te delataré si ello conlleva que yo me salvaré. Soy un cobarde, soy un cobarde, no quiero que lo sepas demasiado tarde, tarde. Óscar, Óscar, me encanta tu amistad, pero si te digo la verdad, prefieron atizar una cacerola, cacerola. ¿Y mis neuronas dónde están, dónde están?”.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN