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Cádiz

María Alcantarilla: “este instante, es lo único real que tenemos”

Hablamos con María Alcantarilla, poeta y artista visual nacida en Sevilla y residente en Cádiz donde es directora del Laboratorio de Escritura de la UCA

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  • María Alcantarilla.
  • Ha sido profesora de Lengua y Literatura y actualmente es directora del Laboratorio de Escritura de la Universidad de Cádiz
  • Su obra parte de una grieta que sondea con una maestría cuya lectura siempre hace crecer

Las escritoras, los escritores son como los héroes épicos, se entregan por completo a un viaje, cuya Ítaca es la revelación sagrada de las cosas. Por eso son tan necesarios en la sociedad.

Me preocupa el desinterés. Me preocupa la agresividad. Me preocupa la tristeza. Y, sobre todo, me preocupa muchísimo la impasibilidad

María Alcantarilla (Sevilla, 1983) es menuda, bella y tremendamente lúcida. Su obra parte de una grieta que sondea con una maestría cuya lectura siempre hace crecer. Deja una sensación de pregunta, cuya respuesta es tan múltiple, como insondable. 

Licenciada en Periodismo, es autora de Ella: invierno (Granada, Valparaíso, 2014), La edad de la ignorancia (Madrid, Visor, 2017, Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola) e Introducción al límite (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019, Premio de los Libreros Independientes españoles), aparte del volumen de poesía visual El agua de tu sombra (Musa a las 9, 2012, I Premio de Poesía Multimedia Poemad), La verdad y su doble (Sonámbulos, 2016), una antología visual de la poesía española contemporánea, y la novela Un acto solitario (Sevilla, Isla de Siltolá, 2017).

Además, ha trabajado en arte audiovisual, pintura y fotografía. Su obra ha sido expuesta en galerías de arte contemporáneo como Colorida Art Gallery (Lisboa), Carolina Rojo (Zaragoza) o Slowtrack (Madrid), dirigida por Marta Moriarty, y ha llevado a cabo colaboraciones gráficas con editoriales y medios de comunicación como El PaísLe Monde Diplomatique o El Rapto de Europa, y con otros narradores españoles como Juan Bonilla.

Ha sido profesora de Lengua y Literatura y actualmente es directora del Laboratorio de Escritura de la Universidad de Cádiz. María se postula como una de las mejores voces literarias del momento. 

Muchos poetas escriben desde la fractura. ¿Le ocurre a usted? ¿desde cuándo?

Supongo que todo acto creativo nace de ciertas fisuras interiores, conscientes o no. Martín Gaite, siempre tan lúcida, decía que si pudiéramos hablar bien con toda la gente, tal y como queremos, y tuviésemos un tiempo narrativo, una pausa para hablar y ser escuchados y escuchar, quizá no escribiríamos. Y estoy de acuerdo con ella. En mi caso escribo desde los seis años. Supongo que un poco por esa carencia de interlocutor-puente y un poco porque el mundo merece ser transcrito a otro ritmo. No sé. Digerirlo para arrojar luz a los lugares más oscuros. 

¿Cómo definiría su trayectoria literaria?

Enriquecedora, ecléctica y, por supuesto, en proceso. Creo que el oficio de escritor es un camino interminable. Quizá por eso siempre se trabaja con la misma pasión del principio.

Nos ha tocado vivir un momento bastante complicado, ¿cómo analiza esta situación una poeta? 

 Sinceramente, lo que en un principio intuí como esperanzador, una pequeña grieta hacia algún lado donde fuésemos un poco más conscientes o un poco mejores, ahora se ha transformado en una demostración más de la falta de empatía generalizada, del escaso juicio crítico o del exceso de actitudes acomodaticias y faltas de compromiso, no solo ya con nuestro planeta, sino entre pares, y me parece tristísimo. El entorno nos habla (casi nos grita) y nosotros seguimos creyendo que ser mejores personas es acaparar cada vez más bienes materiales como si la muerte entendiese de eso. No sé quién nos vendió la idea de que la felicidad, o sencillamente la tranquilidad, puede comprarse. Lo que es evidente es que esta situación está sacando a relucir muchos aspectos que merecen la pena ser mejorados. Quizá ahí resida la contraparte: hacernos conscientes de que aún tenemos mucho que aprender. Sobre todo, a nivel individual.

 ¿Por qué eligió la poesía como cauce de expresión?

 Creo que la poesía no se elige: ella te toma, como un gato. En cualquier caso, me gusta esa máxima decantación que exige del lenguaje, me gusta mostrarme solo a medias, dejando que los lectores y lectoras terminen de darle forma a mis ideas. Y me gusta jugar con los sonidos. Porque en el fondo la poesía también es eso: cierta musicalidad que te acompaña siempre. 

¿Tiene algo que ver en ello su amor por las artes visuales?

Seguramente. La poesía no es más que una representación de la realidad, tangible o no, a través de imágenes. La fotografía o la pintura tienen el plus de que prescinden de la línea del tiempo, es decir, se nos muestran instantes congelados de una realidad que carece de pasado y de futuro. De ahí también mi gusto por trabajarlas, por alejarme en parte de uno de mis lugares comunes, de mis temas recurrentes: el tiempo, en el sentido más amplio del término. Y supongo que mi carácter también ayuda: soy curiosa e intranquila a partes iguales. Por lo que cambiar de registro me hace, no solo mucho bien, sino que además me libera. 

Ayuda a mucha gente a encontrar su código expresivo, da clases de creación literaria. ¿Cuál es su objetivo con el alumnado?

 Pues es curioso porque, lo que podría ser una sencilla interacción utilitaria, va mucho más allá. Íntimamente me encantaría que las alumnas y los alumnos, además de aprender a escribir un poco mejor, sobre todo, aprendiesen a conocerse mejor. Creo que esa es una de las claves de este oficio: escucharse, pensarse, re-conocerse, librarse de ciertos patrones de pensamiento o de comportamiento aprendidos. Me encantaría que todos, yo también como conductora, nos sintiéramos un poco más libres de cargas heredadas para enfrentarnos al hecho creativo más cerca de la figura de un niño (vivo y alegre por naturaleza) que de la figura de un adulto aburrido. 

 En su obra trasciende el género, ¿por qué?

 Porque las etiquetas nos cercan. Tiendo, desde niña, hacia lo neutro en mi escritura. Más, y esto es curioso, en la poesía que en la narrativa. Diluirme de ese modo quizá también sea un mecanismo de objetivización, de alejamiento de mí misma. 

¿Qué es lo que más le preocupa en la actualidad?

 Me preocupa el desinterés. Me preocupa la agresividad. Me preocupa la tristeza. Y, sobre todo, me preocupa muchísimo la impasibilidad. A veces tengo la sensación de que nos estamos transformando en corcho viejo. Que nada ni nadie parece ser suficiente como para despertar nuestra empatía y hacer un esfuerzo de conjunto. 

Vino de Sevilla a la ciudad hace unos años, ¿qué opinión le merece Cádiz? ¿y su mundo cultural?

 Cádiz me parece una ciudad admirable en dos sentidos: porque aún conserva la medida humana (y todo lo que ello significa y me reporta) y porque es esencialmente una ciudad feliz que sabe relativizar y valorar las cosas más pequeñas. Cádiz, a diferencia de otras ciudades, es abrazadora y tranquilizadora. En cuanto a su mundo cultural, son muchas las posibilidades que ofrece pero, y esto me parece especialmente importante, son muchas las posibilidades que aún están por explorar. En el sentido más positivo de la palabra: todas las opciones están aquí, y muy vivas. Solo tenemos que agarrarlas y darles forma. 

¿Hacia dónde mira en el futuro?

Intento mirar hacia mí misma porque creo que cualquier crecimiento en este sentido repercute positivamente en mi entorno. Me gustaría ser una persona más consciente, con menos miedos y, también, ¿por qué no?, con más tiempo para escribir o para mirar cómo crecen mis plantas o cómo duermen mis animales. Pero sin olvidarme del presente porque, a veces, entre tantas proyecciones, se nos olvida que esto, este instante, es lo único real que tenemos. En el fondo, es lo único que merece la pena. 

 

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