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El sexo de los libros

La joroba de Kierkegaard y el concepto de la angustia

Para Kierkegaard, la angustia es “la actualidad de la libertad como posibilidad de posibilidad”.

Publicado: 26/08/2021 ·
10:04
· Actualizado: 26/08/2021 · 10:10
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  • S. Kierkegaard
Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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La angustia de Occidente se llama hoy Afganistán, de nuevo en poder de los talibanes, lo que demuestra, una vez más, los conflictos por los que atraviesa la civilización occidental y el fracaso total de su intervencionismo en Oriente Medio y en los territorios centroasiáticos.Pero el tema de este artículo no es la catástrofe afgana, sino una reflexión intempestiva sobre la idea de angustia tomando como base el planteamiento de Søren Kierkegaard (1813-1855). 

El filósofo danés —bajo el seudónimo de Vigilius Haufniensis— escribió: “Yo diría que aprender a conocer la angustia es una aventura que todo hombre debe afrontar si no quiere ir a la perdición, ya sea por no haber conocido la angustia o por hundirse en ella. Por tanto, el que ha aprendido correctamente a estar ansioso ha aprendido lo más importante”. La obra en que Kierkegaard expone este asunto es El concepto de la angustia (1844).

Las graves crisis económicas y la aparición de la pandemia del COVID-19 han incrementado la experiencia de la angustia en Occidente como un factor existencial exógeno que, no obstante, conecta con lo más esencial de la condición humana.

Pero hay que hacer notar que Kierkegaard se enreda demasiado en las cuestiones religiosas para construir su teoría de la angustia, remitiéndose al pecado original como punto de partida, centrándose en la primera ansiedad experimentada por el hombre: la decisión de Adán de comer del árbol prohibido del conocimiento de Dios o no. Dado que los conceptos del bien y del mal no llegaron a existir antes de que Adán comiera la fruta, Adán no tenía el concepto del bien y del mal, y no sabía que comer del árbol era “malo”. Lo que sí sabía era que Dios le dijo que no comiera de aquel árbol. La ansiedad proviene del hecho de que la prohibición de Dios en sí misma implica que Adán es libre y que podría elegir obedecer a Dios o no. Después de que Adán comió del árbol, nació el pecado. Entonces, según Kierkegaard, la angustia precede al pecado. Kierkegaard menciona que la angustia es la presuposición del pecado hereditario.

Para Kierkegaard, la angustia es “la actualidad de la libertad como posibilidad de posibilidad”. Kierkegaard usa el ejemplo de un hombre parado en el borde de un edificio alto o acantilado. Cuando el hombre mira hacia abajo, siente una aversión por el peligro de caerse, pero, al mismo tiempo, el hombre percibe un impulso aterrador de arrojarse intencionalmente por el borde. Esa experiencia es angustia o pavor debido a nuestra completa libertad para elegir entre una opción u otra. El mero hecho de que uno tenga la libertad de hacer algo, incluso la más aterradora de las posibilidades, provoca inmensos sentimientos de espanto. Kierkegaard llamó a esto nuestro “vértigo de la libertad”.

Sin embargo, Kierkegaard menciona que la angustia también es una forma de salvar a la humanidad, puesto que nos informa de nuestras elecciones, nuestra conciencia de nosotros mismos y nuestra responsabilidad personal, y nos lleva de un estado de inmediatez inconsciente a una reflexión consciente de nosotros mismos. (Jean-Paul Sartre llama a estos términos “conciencia pre-reflexiva y conciencia reflexiva”). Un individuo se vuelve verdaderamente consciente de su potencial a través de la experiencia de la angustia. Entonces, esa angustia puede ser una posibilidad de pecado, pero también puede ser un reconocimiento o realización de la verdadera identidad y libertad de la persona. Alternativamente, el pecado existe en la resolución misma de la angustia a través del bien y del mal porque aceptar la angustia es no juzgar.

La angustia —en mayor o menor grado y según las circunstancias— es un elemento inevitable, o componente natural, de nuestra vida cotidiana.

El libro parece tener un título muy interpretativo. ¿Es pánico, ansiedad, angustia o pecado? ¿O la última palabra del título es otra cosa? Depende del lector individual determinar eso. Si el individuo no puede elegir el significado de una palabra, entonces se le ha quitado toda capacidad de elección.

La profesora Lorraine Clark lo expresó de esta manera en 1991: “La existencia no es solo un hecho, sino también una tarea, insiste Kierkegaard, la tarea de convertirse en uno mismo”; porque “la actualidad (la actualidad histórica) se relaciona de dos maneras con el sujeto: en parte como un regalo que no admite ser rechazado, y en parte como una tarea por realizar". Uno no puede convertirse en todas las posibilidades simultáneamente en la realidad (por más posible que esto sea en el pensamiento, como él reconoce fácilmente); uno debe convertirse en algo en particular. De lo contrario, uno permanece “abstracto”. Y  Hollander escribe sobre lo que él percibió como el problema de Kierkegaard, que también podría ser un problema de cada individuo, aunque también existe la angustia colectiva.

Hay tres episodios en la vida de Kierkegaard que se han utilizado como dispositivos  analíticos, de índole subjetiva, para explicar la deriva de su pensamiento, si bien estos aspectos no pueden ser considerados en términos absolutos. El primero es su fracasada relación sentimental con Regina Olsen: miedo atroz a la relación plena con una mujer, complejo afectivo profundo o una abierta misoginia (recuerdo permanente de su padre y el olvido integral de su madre. Abundan las palabras despectivas hacia la potencia intelectual de la mujer, incluida la propia Regina. También se habla de un “terrible secreto”, un estigma que no fue revelado ni a la propia señorita Olsen. ¿Una leve epilepsia? O peor: una manifiesta impotencia. Tras la ruptura entre Kierkegaard y Regina, el filósofo no volvió a tener otras novias, permaneciendo soltero hasta su muerte.

El segundo episodio fue su áspero enfrentamiento con la sociedad danesa de su tiempo y con la Iglesia Luterana de Dinamarca. Fue atacado y caricaturizado por los periódicos. Kierkegaard avisará a sus lectores contra las masas y la “opinión pública”, ya que aquéllas se dejan manipular por quienes mueven los mecanismos secretos de las modas dominantes. A pesar de todo esto, es necesario señalar que muchas de estas cuestiones han sido exageradas. Pero es verdad que Kierkegaard atacó a ciertos movimientos que defendían la libertad superficial de la gente y marginaban el valor íntegro de la decisión individual.

En cuanto a su colisión con la Iglesia, Kirkegaard opinaba que el cristianismo había sido adulterado por las instituciones religiosas oficiales y sus ministros. La religión ha sido cosificada nacional y políticamente y deformada por sus representantes y jerarquías que han dado la vuelta al mensaje evangélico. Esta postura le valió numerosas enemistades.

Para Kierkegaard, la existencia humana está llena de una sensación general de angustia, pecado y desaliento, y la única salida para esto es un acto de fe, un compromiso total con Dios. Pero en el desarrollo de su filosofía aparecen materiales profanos que retomarían Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y otros filósofos existencialistas del siglo XX.

Hay otra faceta interesante desde la óptica biográfica, como es la famosa joroba de Kierkegaard, cuya realidad ha sido puesta en tela de juicio. Han corrido ríos de tinta sobre esta supuesta malformación, la cual ha sido incluso relacionada con su pensamiento filosófico. Para algunos intérpretes, el misterio de la joroba fue tal vez el eje  fundamental en torno al cual gira la filosofía de Kierkegaard. Lo más intrigante es que no se sabe nada del auténtico exterior de Kierkegaard. Sus escasos retratos conservados son aproximados y contradictorios, pero ninguno se atiene exactamente al prototipo de sujeto deforme ni al de estricta normalidad.

Posiblemente, el filósofo sufriría una caída cuando era pequeño (¿de un árbol?), y ello provocó lesiones en la espalda y defectos en el crecimiento. Había, además, debilidades congénitas en su familia, por lo que se pueden deducir ciertas deficiencias somáticas en su figura. Kierkegaard se quejaba de sus piernas cortas y de un  inconcreto “aguijón en la carne”, aunque quizás nunca sepamos en qué consistieron dichos inconvenientes en su cuerpo. Lo que está claro es que las caricaturas de las que fue objeto, que en su mayoría lo presentan como un jorobado, no son referencias a las que se pueda conceder una efectiva credibilidad. Una notable cantidad de especialistas coinciden en que se trataría más bien de una  contracción de hombros que, progresivamente, condujo hacia un encorvamiento de la espalda. Kierkegaard causaba una buena impresión con su persona y ejercía una evidente atracción hacia las mujeres. En los mismos dibujos se observan contradicciones; en unos su imagen resulta muy favorecida y en otros  es claramente distorsionada. Son retratos hechos de memoria porque él nunca posó para los mismos. En la obra Kierkegaard, aparte de los aspectos existencialistas —de tintes más sombríos— se notan rasgos de energía vital, una estética volcada sobre la vida, el amor o las maravillas de la naturaleza. Por todo lo anterior, no es lícito pensar que los  mal conocidos problemas físicos constituyeran un determinante de su producción filosófica.         

 

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