Entre escombros y hierros retorcidos, puertas y paredes a medio caer y buses reducidos a cenizas, los bolivianos intentan un ejercicio de resiliencia para hallar espacios para la reconciliación, la cooperación y la unidad.
Husmear entre el esqueleto de un carro, un pedazo de televisor, restos de documentos, vidrios rotos, paredes negras y un altar con radiocomunicadores achicharrados en vez de una Virgen, es la aventura de un grupo de niños que corren entre las cenizas de la que fuera sede del Organismo Operativo de Tránsito en El Alto.
La terrorífica noche del 10 de noviembre, cuando Evo Morales anunció su renuncia forzado por los militares y presionado por las denuncias de fraude electoral, sacó lo peor y lo mejor de muchos bolivianos.
Unos causaron destrucción con saña y otros, incluso poniendo en peligro su vida, protegieron sedes policiales, auxiliaron a agentes en sus casas y "ocultaron" los buses municipales Pumakatari de la turba.
LAS HORAS OSCURAS
El 8 de noviembre varias unidades policiales empezaron a amotinarse en protesta contra el Gobierno de Evo Morales, en medio de una grave crisis en el país tras las elecciones del 20 de octubre que lo dieron ganador para un cuarto mandato consecutivo tras un polémico escrutinio que fue cuestionado por la Organización de Estados Americanos (OEA).
En los dos días siguientes más unidades se unieron a esa protesta y el 10 de noviembre Morales anunció su renuncia a la Presidencia.
En varios cuarteles, los policías celebraron la salida, incluso algunos retiraron de estandartes y de sus uniformes la wiphala, la bandera indígena, que muchos relacionan con Morales y su partido el Movimiento al Socialismo (MAS).
Esa actitud desató la ira de grupos que se tornaron violentos, que corrieron por sedes policiales y, sin medir consecuencias, destruyeron todo a su paso.
De milagro o por suerte, los agentes, que se vieron superados por los manifestantes, lograron escapar y ponerse a resguardo.
Por horas el fuego fue consumiendo todo.
Los disturbios contra las sedes policiales dejaron un policía muerto por los golpes de la muchedumbre y varios heridos.
Los daños materiales son millonarios y las sedes del Organismo Operativo de Tránsito y de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc) en El Alto quedaron totalmente inservibles.
Varios vehículos de la Policía de Transito y de la Felcc también ardieron.
En algunos muros y paredes cubiertos de tizne se pueden leer algunos mensajes amenazantes contra líderes opositores y la Policía.
Las llamas afectaron un poco a las edificaciones aledañas, que gracias a la reacción de los que no participaron de la turba lograron evitar una tragedia mayor.
TRAS LA TORMENTA LLEGA LA CALMA
Los días de horror empiezan a quedar atrás y los policías, gracias a la colaboración y la solidaridad de cientos de ciudadanos de El Alto y la vecina ciudad de La Paz, se levantan como el Fénix entre las cenizas.
Ha sido difícil para todos, pero hay un intento de que en medio de las diferencias está la pacificación del país.
Tras fuertes jornadas en las que se veía a la Policía enfrentada a la población civil, esta semana jefes policiales, uniformados y ciudadanos se unieron para limpiar las instalaciones y recoger los escombros en los que quedaron reducidas las comisarías.
El ministro interino de Gobierno, Arturo Murillo, y el comandante general de la Policía Boliviana, Rodolfo Montero, han encabezado sendos actos en los que varias organizaciones y ciudadanos han donando muebles, computadores y demás objetos para las comisarías afectadas por los disturbios.
Las autoridades aún hacen los cálculos de pérdidas, que pueden superar los 100 millones de bolivianos, unos 14 millones de dólares.
LOS PUMAKATARI
En La Paz la muchedumbre la emprendió contra los Pumakatari, como se conoce a los autobuses municipales cuyo símbolo es un puma con cuerpo de serpiente, katari en aimara.
La violencia destruyó 66 buses, 64 de ellos incendiados, además de varios garajes donde se guardan.
El director general de La Paz Bus, Edward Sánchez, relató a Efe que la noche del 10 "fue de horror".
La turba invadió dos garajes y le prendió fuego a los buses, aunque los trabajadores alcanzaron a escapar, y por el momento la empresa no ha podido restablecer su servicio.
Sánchez dijo que "han iniciado un trabajo de resiliencia", porque las pérdidas no solo han sido materiales y millonarias, sino que además sus trabajadores han pasado por circunstancias traumáticas por este ataque "terrorista".
Asegura que fue planificado, "una violación a los derechos humanos".
El funcionario destacó que en medio del terror en varios de sus patios la misma ciudadanía protegió a los buses, se unieron a la Policía y lograron repeler a los violentos.
Muchos escondieron los autobuses bajo mantas y cobijas o en sus garajes.
Están organizando un acto entre trabajadores y habitantes de La Paz para que "nos volvamos a encontrar, nos volvamos a abrazar" y dejar de lado las diferencias.
Además de las sedes policiales y los Pumakatari, las viviendas de una periodista y de un rector universitario fueron también incendiadas en La Paz, al tiempo que se registraron saqueos y daños a comercios en varias ciudades del país.
El conflicto ya se ha cobrado la vida de 34 personas y otras 832 han resultado heridas, según la Defensoría del Pueblo.
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Entre cenizas de comisarías y buses, los bolivianos buscan resiliencia
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