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Patio de monipodio

Asenjo no es hijo. De Sevilla

El “espíritu” se quedó encerrado en los reinos de las coronas hispánicas, porque “Hispania debía dar lección de conservadurismo”. Hispania “is different”

Publicado: 14/09/2020 ·
22:32
· Actualizado: 14/09/2020 · 22:32
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Cuando las huestes de Fernando de León atravesaron Despeñaperros ayudados por el “espíritu europeo” (los miles de guerreros enviados desde el Imperio, Francia, algunos estados de las penínsulas del sur y otros), porque la guerra contra Andalucía había sido proclamada cruzada, empezó el reparto. El de la tierra, que pasó a quedar yerma porque los premiados por su ayuda en la conquista, no precisaban cultivarla para su sustento. El otro “espíritu” europeo, el visigodo, les permitía extraerlo de los riñones y las costillas de los nativos sometidos. Europa cambió, se modernizó, prosperó y creó una economía floreciente. El “espíritu” se quedó encerrado en los reinos de las coronas hispánicas, porque “Hispania debía dar lección de conservadurismo”. Hispania “is different”.


El responsable de Patrimonio de la Iglesia, José Asenjo, vio su momento cuando José María Aznar modificó la Ley Hipotecaria. La modificación tuvo que ser anulada por presión europea, pero “lo hecho, hecho está” y miles de iglesias, catedrales, edificios, casas, plazas públicas y calles, pasaron a ser inscritas a nombre de la Iglesia Católica, tan sólo con la firma del Obispo y el abono de treinta euros. (Que ocasión desperdiciada por los demás, para haber inmatriculado San Telmo, la plaza de España, las Cinco llagas y unas cuantas docenas más de bienes comunes). Más que nada para que pudieran seguir siendo de y disfrutadas por El Común. Porque, lo que Aznar no podía abolir es que las propiedades comunales no pueden ser privatizadas. Sencillamente porque si son del común, no son de nadie. Y deben seguir siendo de nadie para que puedan ser de todos.


Asenjo no se quedó ahí. De obispo de Córdoba se quedó por arte de su firma con la Mezquita y otros cuantos cientos de edificios de culto y sin culto. Y Rouco y los suyos fueron iluminados: podría continuar e inmatricular toda la Archidiócesis. Y lo plantaron en Sevilla, de Arzobispo. El que había maniobrado contra Cajasur para que pudiera pasar a manos del capital de otra Comunidad. El que privó a andaluces y canarios de la mayor parte de su Patrimonio Histórico, Artístico y Monumental. El que impidió que los niños pudieran seguir jugando en el patio de los Naranjos convertido en mercadeo, conscientes de que Jesús no iba a volver para expulsarlos del Templo.


El aún Arzobispo se ha enfrentado a cristianos de base, defensores del patrimonio y mucho más, al apropiarse el Patrimonio y combatir el derecho a disfrutar de lo público. De lo que es de todos y, para que pueda ser de todos, no puede ser de nadie. Da igual. Ya lo tiene registrado a nombre de la Iglesia Católica. Ya esos bienes son propiedad (puede que legal, pero no legítimo, posiblemente usurpado) del gobierno de un Estado extranjero. Y ya todo eso está apoyado por el Ayuntamiento de Sevilla, dispuesto a nombrarlo Hijo Adoptivo. Esos nombramientos deberían estar reservados a quienes han hecho algo positivo por la ciudad o la Comunidad que los otorga. Los “méritos” de monseñor no son dudosos: son claramente contrarios. Todo lo que ha hecho por Sevilla, Andalucía y Canarias, ha sido hurtarle bienes y negar el Derecho. Asenjo no es ni puede ser hijo de Sevilla.

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