La hablilla repite titular como tantas otras veces, a fin de resaltar los próximos días con la mirada puesta en el cielo. La primavera es así y recordamos sus rabietas con este tiempo tan loco como su estación. Sabemos de la necesidad y la lógica de pasar por ello, el sufrimiento y los dolores de cabeza que provocan tantas horas recibiendo las ráfagas del viento más fuertes e incontrolables durante este mes. Y es que marzo es el más cambiante, el que enloquece sin necesidad de salir a dar un paseo, porque azota cuerpos, árboles y ventanas de tal forma que parece insistir en acabar con ellos. Unos desates que recoge abril algo más relajados hasta el corriente, cuya mitad va recorriendo entre tropiezos.
Si somos objetivos, no recordamos tantos meses de frío y lluvia como los que estamos viviendo desde el pasado diciembre, una batalla a librar diariamente con la incertidumbre y la esperanza por volver a despertar con el sol que amontona sombras mientras seca la humedad. Nos acomodamos porque no queda más remedio, pero no estamos acostumbrados a ver el azul por una rendija ni la rodela brillante del sol tras las nubes. Tiene su belleza, la de la estampa puntual y rara que aporta el gris plomizo de las nubes según las ganas de la lluvia.
Esta Semana Santa transcurrirá como todos pensamos y nadie verbaliza, porque por ese silencio vuela la esperanza del milagro. De las redes cuelgan fotos de tantos pasos que ni hará falta salir o desplazarse para verlos. Claro que es una forma de hablar, porque muchos esperan revivir la emoción del redoble del tambor, la procesión por el barrio, la saeta brotando en una esquina y un niño pidiendo cera mientras otro más pequeño reblandece un trozo de rosco. Lo propio visto y sentido a pie de calle, tan igual y tan diferente cada año que pasa, porque es uno más anudándose a la tradición, viéndonos en ellos como nuestra primera vez ante las dos filas interminables de penitentes, agarrados a la mano de los padres o de los abuelos, defendidos del miedo que daban los capirotes, los golpes de tambor retumbando en el pecho, la quemadura del goterón de cera y la incertidumbre de un pisotón al contrafuerte de la zapatilla delantera durante el desfile del paso, una duda que en los pequeños de hoy también surgirá y tantas más.
Esta Semana Santa nos espera con las ganas propias de la tradición y del reencuentro en estos días de asueto. Hay quienes deciden viajar, pero la mayoría se queda para rememorar y sonreír con un halo de nostalgia con la mirada clavada en el cielo.