Valverde del Camino. Huelva. Tras varios meses de prácticas en Ronda, Málaga, la empresa para la que aún trabajo me dio la opción de hacer una sustitución en julio en el citado pueblo onubense. ¿Cobraré?... “Sí…”, pues al autobús hasta Sevilla, cambio de estación y para Huelva del tirón. Allí sobreviví varias semanas a base de ginebra, zumo de limón y bocadillos de pan con pan. Riquísimos que estaban. Cerca de la redacción, donde también dormía en un colchón de periódicos sin sábanas (era julio, era joven), había un supermercado. Como había estado varios meses de prácticas sin cobrar apenas, mis ya de por sí escasos ahorros desaparecieron y aún me quedaban dos semanas más en Valverde. Así que un día, auspiciado por el diablo y sus tentaciones, entré en supermercado y agarré un paquete de salchichas y una tableta de chocolate. Los metí en mi bragueta dispuesto a pagar solo la barra de pan… pero tuve remordimientos… ¿y si me pillan? ¿Qué dirán? “No veas, el periodista del pueblo robando salchichas…”. Así que abandoné la tentación y busqué una cabina de teléfono. Llamé al que era por entonces mi jefe y le conté lo que había pasado, para añadir… necesito un adelanto. Concedido, me dijo entre asombrado y asustado.
Pillé un autobús que me dejó en La Barca. Verde, verde. Mi corazón latió. Luego otro que me dejó en la estación, junto a la rotonda de entradaSi la memoria no me falla era el verano de 1.999. Ya ha llovido y aún diría más. Antes la lluvia me mojaba la melena que lucía sobre unos 70 kilos de cuerpo y hoy me moja la calva que tapa un cuerpo que supera los 90 kilos. Al terminar la sustitución, me fui a Jerez, cargado con los periódicos que había confeccionado y con una nevera de playa como maleta. Allí me recogió otro jefe, que sigue siéndolo hoy. Dormí en casa de su madre y al día siguiente me planteó irme a Barbate. Acepté, aunque no sabía muy bien dónde caía. Había estado en Caños y también en Zahara, pero leñes, no en Barbate, que apenas me sonaba. Abrevio. Llegué en agosto pero fue imposible pillar piso. Un colega, Rafa, abogado en ciernes por entonces, me rescató y nos fuimos al valle del Genal. Luego a casa de mis viejos y al pasar agosto, la empresa me mandó a Sanlúcar de Barrameda. Disfruté como un enano bajo el mandato de Nico y con la compañía de Bustillos. Luego me volvieron a proponer Barbate, porque la chica elegida no quería ir allí porque tenía mala fama. Yo dije que sí. Y aquí es a lo que voy.
Pillé un autobús que me dejó en La Barca. Verde, verde. Mi corazón latió. Luego otro que me dejó en la estación, junto a la rotonda de entrada. Me pillé un piso en la avenida Atlántico con balcón que sorteaba los pisos de primera línea y daba a la playa de El Carmen. Era ya otoño que miraba de soslayo al invierno. Azul, azul. Mi corazón latió aún más fuerte. Creo que me estoy enamorando, pensé.
Enseguida descubrí que lo de la mala fama era un invento, una patraña, un sambenito que le habían colgado al pueblo. ¿Droga? Como en cualquier sitio. Solo un puñado de niñatos desbocados con los bolsillos llenos y la cabeza vacía. Es decir, nada nuevo en el horizonte, nada que no tuviera solución y nada que no existiera en otros municipios. Más ladrones y bandidos he visto, con los años, vestidos con traje y corbata, y no solo no crean alarma, sino que encima se les vota o se les pide trabajo. Sentí que había descubierto un tesoro escondido, una belleza que la mayoría obviaba. Sus playas, su Breña, su clima, su gastronomía y sobre todo, su gente, poco a poco se fueron abriendo ante mi alma. Todo lo que deseaba cabía entre Hermanos Moreno y el Acantilado del Tajo. Atardeceres que nadie quería cobrarme y esos bares que parecen diseñados para un melancólico feliz como un servidor. Y en cada rincón, cachitos de humildad entre manos curtidas en la mar.
Así, os lo juro, con apenas tres semanas en estas tierras, una mañana, temprano, con el alba rezagada, me fui a dar un paseo por la Yerbabuena y me llené de verde y de azul y de brisa envuelta en salitre. Mi corazón latió y me dije: “Aquí me quiero quedar el resto de mi puta vida. Me iré solo si me echan. Mis hijos (que por entonces ni siquiera nadaban en mi escroto) crecerán bajo este cielo y sobre esta fina arena”.
Y así fue, promesa y deseo cumplido, con algunas idas y venidas, con cambio de amores y de trabajo. Con carretera para ir a ganar el pan suficiente y necesario para poder quedarme. Pero siempre y aún enamorado de este Barbate, tan necesitado a veces de autoestima, de unión, de espíritu crítico y de rebeldía, pero tan sobrado de belleza, tan repleto de personas increíbles, tan engrandecido por su buen paladar, que, como pueden comprobar, es el lugar ideal en el que están creciendo mis hijos, fruto, no lo duden, de este amor, verde y azul, que nació en mi corazón hace ya veinte años, como os he dicho. Sin duda, el mejor lugar del mundo para mandarme a freír espárragos, que ya queda menos para recorrer la Breña en su busca, más o menos cuando termine la temporada de erizos.