El ocurrente Luís García Garrido tenía por costumbre evaluar el coste de una reunión antes de dar la palabra al primer interviniente. El guarismo siempre asombraba. Si en la reunión había dos personas por cada provincia andaluza y la reunión duraba más de cuatro horas, considerando kilometraje, dietas y el prorrateo de las horas del salario de cada uno, la suma final podía superar los cuatro dígitos. Tras establecer unas conclusiones, en las que casi siempre la culpable de incumplir los objetivos era la recurrente descoordinación, Luís sentenciaba que habría que ir a contárselo al ‘Tío del andamio’, que con sus impuestos había sufragado aquel conclave. Pero en las cuentas de Luis no estaba incluidos el valor intangible de las relaciones personales que se establecen antes, durante y después de cualquier círculo presencial. En muchos casos los corrillos resultan más prósperos al mediar, más allá de las palabras, el importante lenguaje gestual, la selección de la proximidad o el sincero saludo amical.
Uno de los mayores logros de la pandemia ha sido la reducción de la presencialidad. Es uno de los síntomas del próximo cambio social que vaticinan algunos eruditos y que han bautizado como la ‘Gran renuncia’. Probada la eficacia de la conexión en red al reducirse los costes económicos, ambientales y de tiempo en los desplazamientos, auguran la instauración del modelo del teletrabajo que permite huir de las urbes para recuperar el marco idílico de la Naturaleza. La fiebre por la conexión laboral en red es tan grande que mientras hasta hace unos años se oía presumir de tener tres reuniones en un día, hoy la competición sitúa el listón en hasta diez videoconferencias o webinarios al día.
Cabría aconsejar mesura, atendiendo al refranero ‘ni tanto ni tan calvo’. Es posible que la fiebre de la ‘renuncia’ toque más pronto que tarde el extremo del péndulo y que se sitúen en su justa posición los modos de las relaciones personales y laborales. Las coordenadas para conseguirlo las enuncia a la perfección Marcos Castro, el certero economista del futuro incierto: la satisfacción y reconocimientos personales, el clima laboral, la conciliación familiar y la dedicación laboral. Ajustando esas mimbres evitaremos robotizarnos, tan fríos como apantallados.