En mi imaginación infantil el Tívoli se convierten en una emoción, la de saber que, en apenas unos minutos, aquel niño estaría disfrutando de un sueño luminiscente y vertiginoso en aquella loma de Arroyo de la Miel cuya sola contemplación provocaba la alegría desbordada que sólo se da en la infancia. Hace años que no paso siquiera cerca de allí, pero he seguido con pena la deriva del parque de atracciones: los sucesivos cambios de titularidad, la situación de la plantilla (como siempre, los trabajadores son los que pagan el pato en todas las ferias), los dimes y diretes y la sucesión de informaciones en los medios locales: una vez más, enterramos nuestra memoria dejando morir un espacio que es patrimonio inmaterial de los malagueños y que recuerda a aquel turismo amable e internacional que en sus inicios abrazó la Costa del Sol como un sueño compartido de prosperidad que luego degeneró en una orgía de ladrillo. En su auditorio, rompeolas artístico de la primera Málaga democrática, actuaron los más grandes artistas de la época, desde Rafael a Rocío Jurado, pasando por los Morancos o Martes y Trece. Reían aquellas parejas jóvenes cuyo sueño de desclasamiento comenzaba a tomar altura en la futura trayectoria de sus hijos y se engañaban pensando que, ahora sí, el ocio era un derecho también para los ciudadanos que habitaban el extrarradio. Aún recuerdo cuando se puso de moda ir al Pasaje del Terror y todo el mundo lo comentaba como si fuera una prueba de valía personal más o menos pareja a la llamada del Ejército para hacer la mili, los comentarios y sensaciones que suscitaba un paseo por la montaña rusa, con una única pendiente capaz de hacer que la adrenalina de los usuarios se pusiera por las nubes, o aquella atracción de los espejos que, curiosamente, se convirtió en una auténtica metáfora de la vida adulta que en pocos años habría de llegar mientras la infancia continuaba agitándose en aquellas avenidas ajardinadas que prometían la felicidad con sólo ser recorridas. La pérdida de identidad recorre a la Costa del Sol en aras de una internacionalización aséptica que haga más homogéneo un destino en el que, no lo olvidemos, viven los malagueños: es un fenómeno que se da en todas las ciudades turísticas, eso es innegable, pero aún podemos revertir muchas de sus consecuencias, siendo la primera de ellas la batalla de la memoria.
Fuego amigo
La batalla de la memoria
Hace años que no paso siquiera cerca de allí, pero he seguido con pena la deriva del parque de atracciones
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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