El domingo en la aldea del Rocío es una jornada de sentimientos encontrados; la Misa de Romeros marca el inicio de un nuevo día de convivencia que culminará con el momento anhelado, el encuentro con la Blanca Paloma, y la emoción dará pasó a la nostalgia por el fin de otra romería.
El camino, ese que será recordado como uno de los más duros de la historia para muchas de las hermandades por los estragos que han causado las intensas precipitaciones durante más de cinco días, es ya sólo eso, un recuerdo.
Desde ayer, ya con todas las filiales en la aldea y hecha por parte de ellas su presentación ante la Hermandad Matriz de Almonte, que hace todo un acto de hospitalidad recibiéndolas en este enclave, el disfrute se ha convertido en el verdadero protagonista.
Tras el descanso, escaso para algunos, de la noche, a las 10:00 horas las hermandades han participado en la Misa de Romeros, el primer acto oficial que une a las 117 en torno a esta devoción mariana y que ha sido seguida por muchos romeros, que, a título personal, han querido acercarse al Real para participar.
Un momento en el que, como indicaba el presidente de la Matriz de Almonte a su inicio, Juan Ignacio Reales, El Rocío, como Jerusalén, "se convierte en un nuevo cenáculo", y los rocieros, como los judíos, "se reúnen en torno a la Virgen y a su hijo a la espera de la celebración de la llegada del Espíritu Santo, renovando nuestra fe".
Llegada que se producirá esta madrugada, lunes de Pentecostés, que en El Rocío supone el momento culmen de la romería, ese por el que los rocieros llevan un año esperando, la salida en procesión de la conocida como Blanca Paloma, que supone un encuentro "cara a cara" con sus fieles, un acto de agradecimiento que mantiene durante esta jornada a la aldea en una tensa calma.
Las casas, a medida que han ido pasando las horas, se han ido llenando de nuevo de vida; los porches de las casas, poco a poco, han ido volviendo a ser testigos, como estos días atrás, de los cantes, los bailes y la convivencia en torno a una mesa en la que no faltan la comida y la bebida ni para los que en ellas residen ni para todo el que llega de visita.
Pero hoy, pese a que la estampa es la misma, no es igual y no lo es precisamente por la llegada de ese momento que como cada año, se producirá esta madrugada, en una hora indeterminada, cuando el simpecado de la Hermandad Matriz de Almonte, entre en el Santuario de la también llamada Reina de las Marismas, procedente del rezo del rosario por las calles del Rocío.
Será entonces cuando los almonteños más jóvenes, después de horas de espera junto a la reja que impide el acceso al Presbiterio en el que está la Virgen, la "salten" y se hagan con su paso para desde allí portarla a hombros durante un paseo por las calles de la aldea, que durará horas.
Ante la llegada de ese instante, de ese momento especial para el rociero, este comienza a sentirse nervioso y nostálgico al mismo tiempo.
Nervioso porque las horas van pasando, porque sabe que dentro de poco volverá a sentir ese escalofrío al tenerla de frente y podrá hacerla partícipe de sus plegarias y agradecimientos y revivirá momentos llenos de una emoción desbordada.
Y nostálgico porque sabe que, de nuevo, un año más, este encuentro en torno a Pentecostés se va terminando y en poco días no será más que un recuerdo, el de una romería más que incorporar a la historia de su vida rociera; que un año más todo va llegando a su final, eso sí, marcando con ello el inicio de una nueva cuenta atrás hasta la cita del próximo año.