Gretel es un alto funcionario del Estado y Hänsel se dedica a escupir, desde un paso elevado, a los trenes de cercanía. Caperucita sala pescados en su casa. Cenicienta está ahora en el juzgado interponiendo una orden de alejamiento contra el puto príncipe encantado. Los tres cerditos, despedazados, se venden a 6,95 euros el kilo en el Supersol. Geppetto sobrevivió a una tremenda ola de frío usando a Pinocho como leña. Rapunzel murió ciega. Peter Pan se niega a viajar al Balneario de Lanjarón con el Imserso… los cuentos no tienen un punto y final. Ni colorín, ni colorado, tampoco el tuyo ha terminado.
No somos de ensuciar las calles, ni de enturbiar con nuestras miserias una conversación entre aves de pasoAhora escribo, ya no estoy enfadado. Triste, sí, y un pelín defraudado porque pienso en tu madre, en tu padre y en tus hermanas. Pero tuyo es el escenario, tuya la obra y tuyo el punto y seguido. Respeto, no me queda otra.
Rasgamos muchas horas juntos. De día, entusiasmados, dejábamos que las palabras se posasen en nuestras manos. De noche, esperábamos el amanecer con la luna besando nuestras pupilas. No pienses que a cualquiera le digo que lo quiero. No somos cualquiera y aunque en los últimos años anduviéramos por caminos distantes, ambos sabemos que somos de tierra quemada, de culos inquietos y de cambiar de aires para poder respirar. Pero mira que rasgamos horas juntos… de día, de rima en rima, de noche, de verso en verso. De tres a cuatro y el jodido mundo solucionado.
En la encrucijada de las calles Constancia y Soledad con la Avenida de la Mierda de Realidad, solo se desmayan aquellas personas que saben que para mirar al cielo o al infierno no hay que alzar la vista, ni bajarla. Entre pecho y espalda anidan los ángeles y orinan los demonios.
Somos parte del ejército que mira de reojo a quienes se jactan de tener los pies en el suelo, pero cómo pensar, mi soldado, que partirías sin poner los tuyos en la tierra. Y que conste, lloro porque te quiero… te quiero en este universo donde los que sobramos no somos nosotros, soñadores y locos poetas, los que siempre sobraron fueron los otros. Y ya me voy mosqueando de nuevo y ya se me empañan las pestañas y ya me entran ganas de pensar en si había algo que estuviera en mis manos además de esas palabras que cazábamos los días de rasgamos juntos.
El Rey Midas es gerente de una casa de empeños, Alibaba ejerce de asesor del presidente del Gobierno, la alopecia se ceba con Ricitos de Oro, el honrado Leñador cumple condena en Puerto II y en una plaza de Omán están linchando al Soldadito de Plomo mientras que a Juan Sin Miedo lo buscan por desertor. Los cuentos no tienen un punto y final. Ni colorín, ni colorado, me niego, joder qué dolor, a que el tuyo se haya terminado.
Apoyo a Manuel Infante. Si una placa conmemoró en nuestras calles al General Mola, para ti una plaza.
Tu voz, modulada al sentimiento. Fantástico es un gran adjetivo. Maestro en la gesticulación. Teatro. Periodismo. Narrador de historias. Seductor y amo y señor de los espejos. Entre pecho y espalda, el cielo y el infierno. Entre mi pecho y espalda, hoy más infierno que cielo.
Doblaré las esquinas con la ilusión de volver a verte… Esperando a que me líes los oídos con un océano de proyectos. Me dirás, como siempre, que estás bien, que todo te va genial, y yo, como siempre, te creeré. No somos de ensuciar las calles, ni de enturbiar con nuestras miserias una conversación entre aves de paso. A mí también me va genial y te contaré mis proyectos. Me contarás un cuento para que se duerman los adultos y me dormiré con él. Nos despediremos con un punto y seguido, hasta que doblemos otra esquina y nos volvamos a ver… porque tú y yo sabemos que los cuentos no tienen punto y final, ni un colorín, ni un colorado… este cuento tampoco ha terminado.
En tu memoria, Pedro, en mi memoria.