El Surrealismo captó pronto las afinidades entre su propio concepto de poesía y las ciencias esotéricas, sobre todo la alquimia, como afirma André Breton: “...tan sólo pretendo que se observen las notables analogías que, en cuanto a finalidad, presentan las investigaciones surrealistas con las investigaciones de los alquimistas; la piedra filosofal no es más que aquello que ha de permitir que la imaginación del hombre se vengue aplastantemente de todo” (Segundo Manifiesto del Surrealismo, 1930). Pero el símbolo de Fulcanelli resistiría gracias a los textos que llevan su firma y en los que, insisto, el poder de la palabra neutraliza las sombras. Tanto en El misterio de las catedrales como en Las moradas filosofales, la erudición constituye, aparte del perfecto procesamiento de los datos, una forma artística que realza la incógnita de los contenidos, como en esta descripción de una cripta catedralicia: “En este lugar profundo, húmedo y frío, el observador experimenta una sensación singular y que le impone silencio: la sensación del poder unido a las tinieblas. Nos hallamos aquí en el refugio de los muertos, como en la basílica de Saint-Denis, necrópolis de los ilustres, como en las catacumbas romanas, cementerio de los cristianos. Losas de piedra; mausoleos de mármol; sepulcros; ruinas históricas, fragmentos del pasado. Un silencio lúgubre y pesado llena los espacios abovedados. Los mil ruidos del exterior, vanos ecos del mundo, no llegan hasta nosotros. ¿Iremos a parar a las cavernas de los cíclopes? ¿Estamos en el umbral de un infierno dantesco, o bajo las galerías subterráneas, tan acogedoras, tan hospitalarias, de los primeros mártires? Todo es misterio, angustia y temor, en este antro oscuro...” (El misterio de las catedrales, 1926). En Las moradas resurgen los inmensos conocimientos del Gran Adepto con la diligente y serena vitalidad, la determinación expositiva, que caracterizan al instruido ecuánime y al pensador infatigable en posesión hasta de las más minúsculas particularidades de su maestría, sin soslayar la consistencia metafórica y simbólica, la inconfundible poesía mítica y onírica que se desprende de todas y cada una de sus páginas: “Su nombre tradicional de piedra de los filósofos, retrata con bastante fidelidad este cuerpo que sirve de base útil para su identificación. Es, en efecto, en verdad, una piedra porque presenta al salir de la mina los caracteres exteriores comunes a todos los minerales. Es el caos de los sabios en el cual los cuatro elementos están encerrados, pero confusos y desordenados. Es nuestro anciano y el padre de los metales, y éstos le deben su origen ya que representa la primera manifestación metálica terrestre. Es nuestro arsénico, el cadmio, el antimonio, la blenda, la galena, el cinabrio, el colcótar, el oricalco, el rejalgar, el oropimente, la calamina, la tucía, el tártaro, etc. Todos los minerales, por la voz hermética, le han rendido el homenaje de su nombre. Aún se le llama dragón negro cubierto de escamas, serpiente venenosa, hija de Saturno y «la más amada de todas sus criaturas»” (Las moradas filosofales, 1930). AVRO CLAVSA PATENT es una inscripción que aparece en la filacteria del artesón segundo de la primera serie de la galería alta del Castillo de Dampierre-sur-Boutonne (Charente-Maritme), donde hay hasta 93 epígrafes. El lema va unido a una torre que recibe la lluvia de oro del cielo. El significado es muy claro: “El oro abre las puertas cerradas. Todo el mundo lo sabe. Pero este proverbio, cuya aplicación se encuentra en la base del privilegio, del favoritismo y de todos los atropellos, no podría tener, en el espíritu del filósofo, el sentido figurado que le conocemos. No se trata aquí del oro corruptor, sino del episodio mitohermético que encierra la fábula de Júpiter y Dánae,” relato que, para Fulcanelli, “esconde un importante secreto: el de la preparación del sujeto hermético o materia prima de la Obra, y el de la obtención del azufre, primum ens de la piedra” (Op. cit.). A continuación y prolijamente, el Maestro glosa esta historia mítica de acuerdo con la intencionalidad alquímica; sin embargo, priva al lector de otro sentido esotérico que también se encierra en la divisa, y es que en ella, como dijo Nabókov: “el futuro se infiltra a través del pasado” (Desesperación, 1934)
En Los estados múltiples del ser (1932) René Guénon escribiría: “Cualquiera que sea el punto de partida interior o exterior, que puede ser muy diferente según los casos, que da al sueño una cierta dirección, los acontecimientos que se desarrollan en él no pueden resultar más que de una combinación de elementos contenidos, al menos potencialmente y como susceptibles de un cierto género de realización, en la comprehensión integral del individuo; y, si estos elementos, que son modificaciones del individuo, son en multitud indefinida, la variedad de tales combinaciones posibles es igualmente indefinida. El sueño, en efecto, debe ser considerado como un modo de realización para posibilidades que, aunque pertenecen al dominio de la individualidad humana, no son susceptibles, por una razón o por otra, de realizarse en modo corporal; tales son, por ejemplo, las formas de seres que pertenecen al mismo mundo, pero diferentes de la del hombre, formas que éste posee virtualmente en sí mismo en razón de la posición central que ocupa en este mundo”.