La Semana Santa ha llegado para quedarse unos días, aunque esta vez viene preñada de agua y barro y, como demostró el Domingo de Ramos, pocas procesiones harán su estación de penitencia por las calles de Málaga si la lluvia continúa insistiendo, y, según indican las previsiones, lo hará. Hay quien dice que el agua es tan necesaria, que las procesiones, en un escenario de pertinaz sequía, pasan a un segundo plano. Pues parte de razón no les falta a quienes así hablan. No se trata de que haya habido tiempo para que llueva y ahora, cuando tan mal nos viene, San Pedro descargue toda su furia sobre los pobres mortales y devotos que queremos pasar un rato viendo tronos en las calles del Centro de la ciudad. No es eso, que diría Ortega. Se trata de aceptar las cosas como vienen. Como han hecho nuestros líderes políticos durante años, aplicando esa política hídrica consistente en mirar al cielo a ver si llueve, en lugar de afanarse en impulsar infraestructuras esenciales para la supervivencia de nuestra economía, que sigue basada en el turismo. Que tenemos que ir hacia un modelo económico sostenible es indudable. Que no podemos renunciar al turismo, también. La diversificación económica es una cuestión de una o dos generaciones y, mientras se avance por esa vía (qué si no se está haciendo con la apuesta por la industria tecnológica), y se democratizan las ganancias de esa apuesta, tenemos a decenas de miles de familias viviendo de poner al turismo una sonrisa. Esos turistas necesitan agua. También los que vivimos aquí. Luego es evidente que la lluvia, incluso en estos días de Semana Santa, nos es muy necesaria para la simple subsistencia. Hay quienes son benévolos con la política hídrica que se ha aplicado hasta ahora, pero no con que una corporación nazarena decida suspender su estación de penitencia ante la posibilidad de que una lluvia de barro se lleve por delante todo su patrimonio. Ya lo decía el imaginero Miñarro en una entrevista: el agua y el barro forman un binomio tan corrosivo que serían letales para nuestras imágenes. Sería, por así decirlo, someterlas a una segunda pasión. Son jornadas extrañas, con el casco histórico tomado por miles de familias que buscan nazarenos improbables; con músicos que vuelven a casa, acariciando sus respectivos instrumentos, en metros repletos de cofrades que no han visto ni una sola procesión por el agua. Nunca llueve a gusto de todos. Disfruten, aunque sea una Santa Semana pasada por agua.
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Hay quien dice que el agua es tan necesaria, que las procesiones, en un escenario de pertinaz sequía, pasan a un segundo plano
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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