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Sin Diazepam

Un cementerio de caretas en mi armario

Siempre quise caer bien, dar buena impresión, mostrar el lado que querían ver. Odiaba los espejos. Me entristecía mi reflejo disfrazado y falso

Publicado: 11/01/2019 ·
18:52
· Actualizado: 11/01/2019 · 20:01
  • Si te caigo bien, quizás no me conozcas. Pero, mira por dónde, llega usted tarde, apenas me quedan caretas para estar a su altura. -
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • La insignificancia de mi ser floreció entre la sangre y el líquido amniótico

Mi careta. O mejor, mis caretas. Tengo, en mi armario, mogollón de caretas, antifaces, máscaras y un enorme estuche de maquillaje. Una para cada ocasión. Hubo un tiempo en el que no dejaba de ponérmelas. Incluso me las cambiaba en el mismo día. Voy más allá, en una misma reunión, depende con quien hablase, usaba una u otra. Me convertí en un verdadero prestidigitador. El objetivo, la mayoría de las veces, caer bien y evitar confrontaciones, alejarme de los conflictos, sentirme parte de tal o cual grupo. En muchas ocasiones solo las usaba para enterrar mi pene bajo un jardín de caricias. Cuántas veces lloraba mostrando una sonrisa… cuantas veces reí mientras pensaban que lloraba.

Sigue siendo uno en soledad y muchos en sociedad. Pero debo darme prisa en abandonar una reunión si no quiero ser descubierto

Siempre quise caer bien, dar buena impresión, mostrar el lado que querían ver. Odiaba los espejos. Me entristecía mi reflejo disfrazado y falso, me descorazonaba ser consciente de mi afán por creer que mis interlocutores eran mejores que yo… de ahí ese esfuerzo que fue decayendo al paso que los años encorvaban mi espalda y resquebrajaban mi piel… la edad y saber que sois igual de miserables que yo me ayudaron a abandonar tal adicción.

Sigo siendo uno en soledad y muchos en sociedad. Pero debo darme prisa en abandonar una reunión si no quiero ser descubierto. Las caretas se me caen, quizás el cordel, el elástico, ha dado de sí.

Cuando más me parezco a mí es en las pupilas de mis niños. Asistí a dos partos y la insignificancia de mi ser floreció entre la sangre y el líquido amniótico. Ahogado en sus llantos, con sus cuerpecitos en mis brazos, me rendí frente a la fortaleza de su madre. Ya la quería, pero entonces la amé. Otra careta que se iba al carajo.

A pesar de mis engaños para con el mundo, siempre tuve seguridad en mí, pero la escondía para no ofender. Siempre me quise. Pero uno se puede querer mal. Mi seguridad hoy es una montaña y apenas me entra un puto antifaz. Estoy en la cima de algo aunque no sé muy bien de qué. Mi lengua es hierro forjado y mi saliva es pura lava.

Sí, a veces me muestro débil, pero es mi jodida estrategia para que me minusvaloren. Es más fácil atacar y también huir cuando el enemigo se confía. Ahora lloro cuando quiero llorar, y río cada vez más. Los espejos casi son amigos aunque me muestren el rastro que esculpe la vejez en los pliegos de mi ser.

Papá, soy papá. En mi casa nos desnudamos todos. A sus crecientes corazones les canto y les hablo y los acaricio y los prevengo, en la medida de lo posible, de que a pesar de que el mundo es mucho mejor del que me vio nacer, la ignorancia es una plaga cuya vacuna ni se investiga.

Si te caigo bien, quizás no me conozcas. Pero, mira por dónde, llega usted tarde, apenas me quedan caretas para estar a su altura. Y ocurre porque ocurre… un día cualquiera, una conversación cualquiera, y zas, me la quito y con la mirada entre inocente y malvada, digo lo que pienso porque llevo décadas pensando lo que quiero decir. Que sí, que me paso por ese sensual espacio que hay entre mis testículos y el ano todas esas teorías de izquierda y de derecha, todas esas verdades absolutas y esos dioses hechos, cual traje, a medida de los usurpadores de almas y de los fabricantes del miedo. Que sí, que todo aquel que quiera muros para que otros no entren, al final querrá derribarlos para poder salir. Que sí, que sí, que me importa una mierda las banderas, que mi patria cabe una piedra y en ella no hay fronteras. Que sí, que sí, que no contesto a quién me ofende pero no pido perdón por mis ofensas. Que sí, que ahora me pongo una careta casi transparente porque son mis dedos los que aman estas letras. Que no, que no puedo dejar de ser yo, convertirme en otro tipo, usar un disfraz, maquillarme hasta las cejas, no tanto por mí, no tanto por vosotros, sino simple y llanamente, debo ser yo por mis hijos. A ellos les debo no escupir a los espejos y tener en el armario un cementerio de caretas.

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